Los cielos de Velázquez, cielos de El Greco
A María Jesús Manzanares
De pequeño aprendí a identificar los cielos de Velázquez y los cielos de El Greco en las ilustraciones de los libros de Gregorio Marañón que había en casa. En casa se apreciaba mucho al doctor Marañón porque mi padre también era médico y el doctor Marañón era una especie de fetiche para todos los médicos, una prueba de que se podía ser médico sin ser sólo médico o siendo algo más que médico. Los médicos siempre han sufrido en su soberbia al pensar que no saben más que medicina, y esto no tendría nada de humillante para cualquier otro profesional, pero en la época de la juventud de mi padre, o quizá en la de los maestros de mi padre, estaba muy extendida una máxima según la cual los médicos que sólo saben medicina ni siquiera saben medicina. La máxima cundió, ya digo, porque quienquiera que fuese su autor supo acertar con ese timbre paradójico y algo desafiante, o chulesco, que no les da más verdad a las máximas, pero sí más aire de verdad y más éxito en el recuerdo general. Lo que tal vez no aspiró a pasar de frase ocurrente, o fue cierto en un contexto efímero, se convirtió en verdad universal gracias a lo atinado del desplante expresivo, es decir gracias a la poesía, y aquí tenemos a los médicos como mi padre preocupados por no entender más que de medicina, y por tanto ni de medicina, y leyéndose los libros del doctor Marafión, que entendía de muchas y muy diversas cosas.
Había libros de bolsillo de la colección Austral, como el de Don Juan y el de Enrique IV el impotente, a quien por cierto yo, desconocedor del sentido específico de la palabra impotente, aunque no del genérico, imaginaba como un pobre hombre al que todo le salía mal, por manazas. Éstos eran los libros que compraba mi padre para leer, pero aparte estaban los de lujo, de tapa dura y gran tamafio, con ilustraciones y brillantes sobrecubiertas satinadas, que por lo general provenían de regalos. En aquel entonces siempre se quedaba bien con un médico regalándole una edición cara del doctor Marafión, quien nos avizoraba desde la foto de la solapa con sus cejas masculinas, su pelo de Carlos Gardel y su traje de lino elegantemente arrugado, como para dar a entender que él no era un petimetre.
Y en estos libros fue donde yo aprendí que hay cielos de Velázquez y cielos de El Greco, que por otra parte es todo lo que sé sobre cielos. Los cielos de El Greco son esos que tienen nubarrones negros desgarrados en los bordes, como trozos de cartulina rotos de cualquier modo por una persona de carácter irritable; cielos tremendos, de mucha circunstancia y escenografía pavorosa, a los que uno imagina en constante torsión, revolucionados por vendavales impetuosos que zarandean a las nubes y de cuando en cuando dejan asomar un rayo de sol que, lejos de dulcificar el espectáculo, nos lo hace aún más agorero. Son cielos de gran altura, necesitados de ocupar mucho terreno,doblemente tremebundos por su formulación impresionante y por su grandor; cielos que siempre prefieren organizarse sobre paisajes quebrados y despeñaderos rocosos que les hacen un poco de réplica o de imagen simétrica, y que sobre una llanura castellana, por ejemplo, donde no existe el vértigo de las honduras, nos causarían inmediatamente un vértigo de altura y tendríamos que ir cabizbajos para no mareamos.
Los cielos de Velázquez son esos otros cielos con mucho matiz tornasolado de rosa, verde, malva y naranja, con alguna nube estéticamente dispuesta, nubes blancas como estelas medio borradas, como recuerdos de estelas, y todo ello envuelto en un aire lejanísimo en el que flota un polvillo dorado que es el de los caminos manchegos y las ferias y las verbenas rurales de antaño que todavía no se ha posado. Los cielos de Velázquez son cielos de atardecida y esencialmente madrileños, aunque pueden contemplarse casi en cualquier lugar del mundo, si bien con algunas condiciones. Son como una coagulación súbita del ajetreo cromático y térmico de la tarde, como un retrato que la tarde se hace a sí misma cuando se cansa de tanta faena y el aire de la sierra vecina la deja como respingada y sin saber para dónde tirar. Por eso, una sierra cercana es necesaria, o muy conveniente, para que haya cielos de Velázquez, porque es ese airecillo frío de la sierra el que los paraliza en una pose lo bastante larga como para que Velázquez pudiera pintarlos del natural. El Greco se ve que los pintaba de memoria.
Y esto es todo lo que sé sobre cielos, porque soy un autodidacta de los cielos y nadie se tomó la molestia de enseñarme a distinguir otros. Luego he visto en libros de arte los de Gainsborough o los del Canaletto, que me han gustado, pero ahora ya estarde: los diversos tipos de cielos deben aprenderse en la infancia, en caso contrario siempre parecerán un saber postio y pedantesco, sin arraigo en la vida de uno. Dos cielos no es mucho, pero puedo asegurar que a lo largo de mi vida los cielos de Velázquez y de El Greco me han servido para salvar una conversación con alguna sefiorita y para iniciar a mi hijo desde pequefio en este terreno como otros padres inician a sus hijos en la micología. O simplemente para decirme, cuando estoy solo como ahora: mira, un cielo de Velázquez ; hombre, un cielo de El Greco.
César Martín Ortíz Paso de Contarlo Ed. Alcancía 2004
Descanse en paz
"Escribir -decía César- no es más que enviar cartas desde un lugar inexistente al lugar real donde uno vive". Por eso, estoy seguro, sus amigos seguiremos recogiendo la correspondencia que él depositará tímidamente, y de incógnito, en ese solana que, para su recuerdo, hemos habilitado cerca del corazón.
ResponderEliminarTodo lo que aquí habita es un bálsamo para nuestro espíritu. Gracias a todos vosotros, artistas amigos.
ResponderEliminarFloroliva
Querido César: a pesar de no ser niño, contigo aprendí a ver cielos. Siempre aprende la mirada. Con lo cual, querido amigo, se niega tu idea de que "los diversos tipos de cielos deben aprenderse en la infancia, en caso contrario siempre parecerán un saber postio y pedantesco, sin arraigo en la vida de uno".
ResponderEliminarO tal vez no, quién sabe. Conversemos....
( Querida desconocida M Jesús Manzanares: me gusta lo que veo de tu obra. No sé por qué pero he sentido un olor tierno al contemplarla en las fotos. Curiosa sinestesia que, imagino, César y la nostalgia, me han provocado. ¡¡Qué inutilidad el arte!! Abrazos)
Licenciada Jaraiz:
ResponderEliminarSólo puedo decir que el recuerdo de César estará peresente en mi y en muchos de mis compañeros de estudios donde César, con su particular visión del mundo y de todo lo que nos radeaba nos enseñó a disfrutar.Sólo desearle que este disfrutando de ese cielo que tantas veces nos describia una biblioteca inmensa, un paquete de ducados y una botella de ginebra que no terminasen nunca.Disfruta de tu cielo y se muy feliz
Acabo de leer el cuento de "Daniel". Se me encoje el corazón cada vez que leo algo de César, todo lo que escribe se me antoja delicioso. No importa lo que te cuente, es la forma de contarlo.
ResponderEliminarAllá donde estés, sé feliz y escribe para nosotros.
para cuándo nos deleitaremos con su obra, es necesario que alguien la publique, no puede quedar en el olvido
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